Lila Díaz, nieta de Alfonso Calderón, transformó un trabajo académico en el primer libro del autor tras su reciente fallecimiento. El vicio de escribir reúne textos aparecidos en La Nación entre 1990 y 1998, que aportan nueva evidencia sobre la celebrada faceta de cronista del premio Nacional de Literatura.
Buena parte del martes 4 de agosto último, Alfonso Calderón estuvo llamando a su nieta, Lila Díaz Calderón, para conocer el resultado de la defensa de la tesis con que ella optaba al grado de magíster en edición por la U. Diego Portales. El premio Nacional de Literatura 1998 no sólo había leído la tesis: fue consultor en cada etapa de la misma, así como facilitador de material de archivo y datos certeros, aparte del propio título del trabajo: Notas del café Marigny. Superada la ansiedad inicial, el abuelo chocho con la nieta que había obtenido nota máxima, dispuso café y galletas para una reunión la mañana siguiente.
Cuenta Lila Díaz Calderón que, para efectos de templar su espíritu editorial en formación, el señalado título la había obligado a tratar con exigencias de autor con las que discrepaba. Pero El vicio de escribir, nombre de una de las secciones de la tesis, era el que le gustaba para bautizar el conjunto, porque da la "idea más certera de lo que trata el libro". Y propuso un cambio en la reunión. "El sólo se rió y me dijo, 'totalmente de acuerdo'". Cuatro días más tarde, cuando se aprestaba a salir de su departamento en Las Condes, Alfonso Calderón Squadritto sufrió un ataque al corazón que le causó la muerte a los 78 años. Cuatro meses después, el libro llega a escaparates.
El vicio de escribir es una versión resumida del trabajo académico de la artista y poeta, a su vez centrado en las crónicas que Calderón publicó durante los 90 en el diario La Nación bajo el título "Miradas". Una serie variopinta, cuyos márgenes temáticos sólo estaban impuestos por la memoria y los dones evocadores del autor, que como saben sus lectores, son vastos territorios.
LA VARIEDAD DEL MUNDO
"Las crónicas de Alfonso Calderón nos recuerdan vivamente a su autor en persona: se leen rápidamente, captan nuestro interés de inmediato, tal como su conversación, vienen al caso, como se dice de lo pertinente, tienen gracia, son informativas sin pedantería y están compuestas con inteligencia", escribe en el prólogo la filósofa Carla Cordua. Para ella, "estas crónicas lo representan tan bien que concitan su presencia directa mejor que otras obras suyas".
Antes que nada, concluye Cordua, estos textos "recuerdan la intrínseca rapidez del escritor, su dosificación del tiempo para atender empeños diversos, su enemistad hacia lo lato y la lata, a la que nunca hizo concesiones, su simpatía hacia la inagotable variedad del mundo".
El original tenía 361 páginas, pero fue reestructurado para su publicación. Quedó fuera un capítulo dedicado a la comida, que desde ya anuncia su aparición en un volumen inconcluso de Calderón sobre ítemes etílicos y culinarios. En cuanto al resto, cuenta la editora, se respetó el hecho de que al autor "le gustaba mucho la idea de mezclar notas sobre artistas, escritores y cineastas con cuentos de animales, curiosidades, etc.".
Junto al propósito de no repetir temas ya abordados en otras publicaciones, un capítulo como "Mujeres a granel" no puede sino evocar Oficina de mujeres extraviadas, último título de Calderón publicado en vida. Pero hay tanto más: la sección inicial, que lleva el nombre del libro, se hace cargo de las citas de autores, de las relecturas, de los lectores y de las bibliotecas, incluyendo la del propio autor, mientras "Animalia" habla de los gatos en agosto, de la relación de hombres y caballos y de otros ítemes que parecen hermanar a Calderón con autores como Andrés Sabella, dueño del hábito inveterado de escribir para la prensa de Antofagasta sobre el reino animal.
Y luego de traer a colación la guerra, la muerte y la figura de Hitler, vuelve a su conocida pasión por el cine. Para contar anécdotas sobre el productor Samuel Goldwyn, por cierto, pero igualmente para hacer un link entre Tolstoi y un lenguaje aún en pañales. Y también para convocar a la memoria: "He visto bailar a la Pavlova e Isadora Duncan en viejas películas. Cierto es que, por momentos, producen la impresión de fantasmas que se mueven en el vacío".
Fuente: Diario "La Tercera"